El hombre representa en sí la doctrina de la trinidad sobre la tierra, ya que combina en su ser, cuerpo, mente y alma; la última es de la escenia de Dios, el aliento de vida que vivifaca a ambos, cuerpo y mente, haciendo de uno un hombre viviente con el aliento de Dios agitándose en él de la cabeza a los pies.
El cuerpo humano es materia individualizada, como el espíritu que está oculto en él parece ser un espíritu individualizado, como el sol reflejado en numerosos aguamaniles. Al momento de la muerte, el cuerpo al estar compuesto de diferentes elementos, se disuelve y regresa al depósito cósmico de substancias,fusionándose finalmente en la única substancia primordial, y el alma regresa a Dios.
«En cuanto se suelta el cordón de plata, el cuenco de oro se rompe como un cántaro en la fuente o como la rueda en la cisterna. Entonces el polvo vuele a la tierra de donde salió y el espíritu vuelve a Dios, quien le dió el ser». (Eclesiastés 12:6-7).
Un hombre viviente no es algo independiente, ni está separado del Poder Supremo que fluye en él. Es un producto del Poder Supremo, que actúa en el plano material por medio de un cuerpo organizado de ondas que producen un estado de conciencia en él. El hombre existe cuando el Poder Supremo entra en él y circula por toda la forma de su cuerpo; pero cuando ese Poder se retira hacia Sí mismo, deja de ser una entidad viviente, ya que cesan en él todas las actividades funcionales, y ¿qué queda?; sólo una masa de materia inerte, lo mismo que antes en forma y substancia, pero sin el vivificador impulso de vida que estaba latiendo en él momentos antes.
Igual que el hombre, todo el universo es una manifestación del único principio de vida, el principio de conciencia viviente en diferentes grados, desde el logos hacia abajo hasta los átomos de los elementos materiales que están perpetuamente moviéndose en forma rítmica formando y reformando en rápida sucesión muchos modelos por medio del Poder Supremo que está actuando en y sobre ellos. En resumen, la Inteligencia del universo habita, y por siempre morará una y otra vez, en el corazón de cada átomo que está danzando a su acorde como la eterna danza de Shiva, la encarnación viviente de Shakti, la madre del universo. En la cosmogonía esotérica, la teoría de la materia «muerta» no tiene lugar, ya que la materia no puede existir por sí misma sin la potencia cohesiva inherente en ella. La materia es en realidad energía en forma congelada.
De: Sant Kirpal Singh, El Misterio de la Muerte (¹1968), Kap. 1